Donde la política dice estar

Abro, casi al azar, una página de “Otros mundos”, una recopilación de artículos de Gabriel Albiac publicada en el 2002. Dice Albiac: “Allá donde la política dice estar, allá es donde no sucede”. Y no habla el profesor de absurdas teorías conspirativas. No se rigen los destinos del mundo en mansiones lujosas, en medio del campo, donde unos pocos jefes de estado y presidentes de multinacionales se reparten los beneficios del resto. No, es mucho más simple. La realidad está delante de nuestros ojos y sin embargo no queremos verla. Preferimos la política de bajos vuelos, la de la histeria colectiva de los indignados, de las imputaciones a infantas, de contables con cuentas millonarias en Suiza. Y mientras hablamos de eso y creemos estar hablando de política, la verdadera política se sigue pudriendo delante de nuestros ojos en silencio. No hablamos de la libertad ni del verdadero progreso del ser humano. Y nos escandalizamos mientras nos acostamos tranquilamente sin pensar en todos aquellos que sufren más que nosotros, mucho más. Y no hablo de aquellos que pueden organizar una protesta colectiva desde sus iPhones y sentar sus posaderas en la vía pública pretendiendo ser la voz del pueblo. Hablo de aquellos para lo que saber si amanecerá mañana es una pregunta sin respuesta. Y esos están en todas partes. Son nuestros vecinos y son los que viven en campos de refugiados y en otros rincones del mundo donde la libertad ya ni siquiera es un sueño, es otra palabra más en un diccionario mojado en el barro.

Hace ya muchos años leí por primera vez una columna de Gabriel Albiac en El Mundo. Era yo entonces un casi imberbe estudiante universitario. Entonces, don Gabriel tenía mi edad actual. Imposible olvidar su prosa de hielo, cortante, dura que no podía dejarle a uno indiferente. Han pasado muchos años y pese a su esfuerzo queda mucho por hacer. Para empezar, releer sus viejas columnas que siguen siendo igual tan actuales como lo fueron el día que fueron publicadas. Leemos demasiadas tonterías y perdemos de vista lo esencial. Donde la política dice estar no hay nada, sólo el vacío de nuestra pereza y cobardía.

Estado Vacante

Gobernar no es fácil. Sin embargo, todos somos Presidentes del Gobierno o de la República. Todos tenemos soluciones para todo y rápidamente emitimos una propuesta de una lógica brillante. Pero todos cometemos errores y, a duras penas, los reconocemos. O los tapamos. O, simplemente, mentimos para que no sepan. Pero luego, miramos a nuestros gobernantes y exigimos conductas ejemplares y les explicamos, en un par de «tweets» la solución correcta a los problemas del país.

Leo un interesante trabajo, escrito por Josep Valls. Una especie de diario de las conversaciones mantenidas con Josep Pla durante los últimos años de su vida. Dice Pla: «creer es más fácil que saber«. Creer es más fácil que saber. Cierto. Todos creemos en nuestras visiones del mundo, en nuestras soluciones universales o, pero aún, en las propuestas elaborada por otros que también creen saber. Una gran diferencia entre creer que uno sabe o que otros saben y saber de verdad. Sin embargo, el mundo sigue girando en la ignorancia y en una especie de fe laica respecto a casi todo. Saber es difícil. Saber cuesta. Pocos saben algo de verdad. Y, para nuestra desgracia, los que saben algo de verdad terminan por callarse abrumados por la ignorancia ajena.

Y así vamos. Votando gobiernos que no son capaces de administrar los presupuestos y votando a candidatos imputados, a cómicos, a mediocres cuya única profesión ha sido repetir frases simples y dogmas electorales. A candidatos guapos, a candidatos de origen humilde o con un color de piel distinto a la mayoría. Cualquier cosa es buena para crear una marca electoral, una supuesta diferencia que permita definirlo como más auténtico, más verdadero aunque esas palabras no signifiquen nada. Y luego nos sorprende la corrupción, la mentira y la estupidez. Pero no admitiremos nunca que lo hemos fomentado votando con nuestra fe más que con nuestra razón. No, no lo admitiremos. Somos seres racionales y libres y votamos en plena conciencia. Y nos lo creemos, nuevamente.

Creer es más fácil que saber. Hace falta mucho esfuerzo para saber. Y por eso no queremos saber. Confíamos en otros que parece que saben. Pero no saben.

Ahora, aquí en EEUU, parece que habrá que recortar el presupuesto a lo bruto ya que no se ha alcanzado ningún acuerdo. Algo que sabíamos desde hace meses. Pero esa gente, que sabe mucho, que se saca fotos con niños durante las campañas electorales y que nos dijeron que iban a crear más puestos de trabajo, hoy, tendrán que ver como algunos de los padres de esos niños fotogénicos se quedará sin trabajo. ¿ Lo sabían cuando se sacaron la foto? ¿Lo sabían los votantes? Probablemente, sí. Pero decidieron, decidimos, creer que eso no iba a pasar.

Ayer un hombre que cree, un hombre sabio también, decidió que era el momento de ceder la iniciativa. ¿Fue un acto de fe o un acto de sabiduría? Me inclino por lo segundo. Hay un momento para saber ceder. Pero eso sólo lo sabe la gente que ha querido saber, que ha ejercitado esa vieja capacidad del hombre para pensar e intentar comprender.

Por un momento, sueño con un avión en el que se suben presidentes, ministros, gobiernos, congresistas y diputados. Pero también con otro avión en el que suben los votantes que se han dado cuenta de sus errores. Es sólo un sueño. No cabríamos todos en esos aviones.

Pero podríamos dejar el Estado vacante, por un tiempo. Para pensar, para intentar saber. Para romper con los dogmas de fe que atenazan nuestro pensamiento político. Y pensar para saber, por una vez, y dejar de creer en sueños con banderas y pancartas. El Estado no se administra con fe. La fe es otra cosa. Y eso también hay que pensarlo.

En un interesante artículo, Mario Conde se preguntaba que sector social debería o podría liderar un cambio social. Un artículo provocador que invitaba a reflexionar. No quiero escribir ahora un mensaje largo. Más bien quiero proponer una posible respuesta.

No creo que debamos buscar un sector social concreto. Creo que las personas que pueden liderar un cambio social no pertenecen a ningún grupo tradicional. Se trataría más bien de una busqueda transversal a través de toda la sociedad. Desde mi punto de vista dichas personas deberían compartir unas características comunes:

  • Formación universitaria amplia, a ser posible en distintos centros académicos.
  • Uso fluido de uno o dos idiomas extranjeros, inglés como mínimo.
  • Experiencia profesional acreditada.
  • Capacidad crítica. Capacidad de elaborar un discurso razonado más allá del pensamiento consigna. A ser posible no militar actualmente en ninguno de los partidos clásicos, de los partidos casta.
  • Aceptar que la participación política debe ser temporal, no una actividad vital y entendida como voluntariado y no como profesión.
  • Experiencia profesional y vital en el extranjero debería ser muy valorado.

No sería necesario que se cumplieran todos los puntos. Pero el perfil se debería acercar bastante. La cuestión clave es buscar personas capaces de pensar outside the box. Y, muy importante, que entiendan la actividad política como proyecto temporal, con objetivos concretos. Algo así como un contrato por obra. Uno participa o lidera un proyecto para resolver una cuestión o un problema concreto. Una vez concluídos los plazos, sea con resultado positivo o no, se debería ceder la iniciativa o la participación a otros profesionales para seguir avanzando.

Un modelo de gestión basado en el aporte de los mejores, cada uno en su campo profesional. Y sin entender a los mejores como los que mejor han resistido dentro de la jerarquía de un partido aplaudiendo al estilo soviético en congresos búlgaros.

Otra cuestión importante sería motivar adecuadamente a la gente. Ya dijo Reagan que los mejores profesionales no estaban en el gobierno. Solo los mediocres o los segundones aceptaban trabajar para un sistema público. No tengo todas las respuestas. Pero podemos pensar en ello. Queda la discusión abierta.

Lo que está claro es que coincido, y no creo que se repita, con Ana Botella respecto a las juventudes de los partidos políticos. Y también con Esperanza Aguirre y su concepto de sólo promover como altos cargos públicos a aquellos con experiencia profesional previa.

Si promovemos esta nueva forma de entender la actividad pública, la capacidad de acción de personajes como Don Luis  quedaría muy reducida.

Los nuevos políticos

La sociedad dormida

Leo el artículo de Mario Conde en Fundación Civil respecto a la sociedad. Me sorprende el tono ligeramente pesimista aunque imagino que hay una intención detrás de ese tono. Una velada invitación a la acción. Contesté al poco tiempo en Twitter diciendo que no creía que la sociedad se hubiera dormido sino que más bien nunca se había despertado del todo. Curiosamente, al leer los últimos párrafos del texto lo primero que me vino a la cabeza fue Ortega y Gasset y la célebre campaña de Apple, la de “Think Different”. Me explico.

No soy un experto en Ortega y Gasset pero una idea me quedó clara de sus textos. Ortega constata que los momentos de crisis en la historia vienen marcados por una ausencia de una minoría ilustrada con capacidad de liderazgo o bien por la renuncia de esa minoría a ejercer un papel fundamental en la sociedad. Creo que ese razonamiento funciona bastante bien durante la historia en general y más aún en la historia reciente de nuestro país. Muy interesante si consideramos que Ortega escribió “La España invertebrada” y “La rebelión de las masas” en 1921 y en 1930 respectivamente.

Decía que la sociedad nunca se había despertado del todo y creo que es cierto. No olvidemos que Franco murió en la cama. No tiene sentido especular que hubiera pasado si Carrero Blanco no hubiera sido asesinado ni tampoco imaginar que hubiera sucedido si el Rey no hubiera liderado la Transición o si las tentativas golpistas hubieran triunfado. ¿ Se hubiera levantado el pueblo español en esos supuestos? No lo sé. Pero lo cierto es pasamos del franquismo a los gobiernos de UCD y luego del PSOE sin apenas sobresaltos. ¿ Estaba despierta la sociedad entonces? Lo dudo. Simplemente se dejó llevar por el camino pactado entre tecnócratas y líderes políticos para que se mantuviera el mes de vacaciones, la paga extra y la jubilación. Esto ya no era 1931 y nadie quería volver a las barricadas «para derrotar a la reacción y para el triunfo de la confederación». No era tiempo de experimentos sociales ni de renunciar a lo adquirido. La sociedad dormitaba en sus beneficios sociales. Llegado el momento despertó ligeramente para votar al partido que le prometía más aún, la ensoñación del socialismo de los ochenta. Y así seguimos durante un larga década de siesta nacional al cálido confort del socialismo burgués. El estilo machacón de Aznar combinado con los titulares de PJ logró otro pequeño despertar, lo justo para dar la confianza a otro que siguiera manteniendo el estatus. En el fondo, el miedo mueve más a la gente que otra cosa. El miedo a los “dobermans” come pensiones le dio una prórroga inmerecida a Felipe González. El miedo a la guerra y a los atentados le dio la oportunidad a Zapatero. El miedo a los recortes y que se acabará el café y copa para todos le dio la segunda legislatura a Zapatero. Rajoy actuó como Pepito Grillo y asustó a la gente. Papá Zapatero les dijo que no era cierto y habría merienda gratis como siempre. Y la gente se lo creyó. El miedo a despertar de la siesta y ver que no hay nada en la nevera. Creo, con gran simplificación, eso ha estado presente en las decisiones electorales de muchos. Y seguir votando al que parece que garantizará que todo cambiará para que nada cambie.

Pero eso, no nos lleva a ningún lado. O peor, nos lleva a esta zozobra actual, a una crisis que va más allá de la economía. Creo que la sociedad no se ha dormido ahora. El problema es que nunca ha terminado de despertar. El miedo al cambio excesivo la ha dejado acurrucada delante de la tele con una buen carajillo. Y en esta situación, los líderes no tienen razón alguna para esforzarse. La selección natural no opera y los mediocres pululan por todas partes. En esta situación, nos conformamos con no perder demasiados votos y ganar un escaño en unas autonómicas o lanzamos campañas demagógicas para seguir entreteniendo al personal.

Dice Ortega en 1921: “La gran desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas. No basta con mejoras políticas: es imprescindible una labor mucho más profunda”. Nuestros líderes han optado demasiadas veces por mantener la situación sin grandes cambios. Ahora nos hablan de recortes y de recarte. Pero nada de lo esencial cambiará. Se recorta para no cambiar. Para mantener intacto el sistema que permite seguir medrando a muchos.

No necesitamos caudillos ni salvapatrias que nos prometan más café para todos en tacita de oro. Necesitamos gente dispuesta a no vivir del cuento y provocar a la gente para que la sociedad despierte. Creo que sí necesitamos más artículos, más apariciones mediáticas, más gente formada comprometida con un auténtica revolución intelectual.

Y es aquí cuando me acuerdo de Steve Jobs. Y ese anuncio que va más allá de una campaña comercial: “Here’s to the crazy ones. The misfits. The rebels. The troublemakers. The round pegs in the square holes. The ones who see things differently. They’re not fond of rules. And they have no respect for the status quo. You can quote them, disagree with them, glorify or vilify them. About the only thing you can’t do is ignore them. Because they change things. They push the human race forward. While some may see them as the crazy ones, we see genius. Because the people who are crazy enough to think they can change the world, are the ones who do.”

Sin “crazy ones”, sin “misfits” la sociedad no despertará nunca y seguiremos en la siesta de la partitocracia sin darnos cuenta que llega la pesadilla.

El voto perdido

Miércoles, 21 de Noviembre. Pese a haber solicitado el voto para las elecciones al Parlamento de Cataluña tan pronto como fue posible no ha servido para nada. Dado que mañana es festivo en EEUU no habrá servicio de correo. Es posible que el viernes, día 23, correos me entregue el aviso para ir a recoger el sobre de las papeletas si llega para ese día. Pero entonces sólo podré recogerlo el sábado 24 por la mañana. Totalmente inútil ya que el consulado de Chicago cierra el voto el viernes 23 a las ocho de la tarde.

Pero, empecemos por el principio La reciente modificación de la ley electoral niega el derecho de voto a los ciudadanos españoles residentes en el exterior en las elecciones municipales y obliga a solicitar el voto usando el procedimiento del voto rogado en el resto de procesos electorales. Antes de dicha modificación, las juntas electorales enviaban de oficio la documentación para poder votara a todos los ciudadanos españoles en todas las convocatorias electorales. La reforma que tenía por objetivo evitar el fraude ha conseguido reducir la participación electoral de un 30% de media a un 4% y ha logrado que muchos ciudadanos no puedan ni siquiera votar. Todo ello era absolutamente previsible pero parece que no fue suficientemente obvio para todos ya que finalmente la ley se aprobó durante la legislatura pasada con los votos de los principales partidos. Si cuando las papeletas se enviaban de oficio a menudo llegaban 24-48 horas antes del cierre de plazo estaba muy claro que si el procedimiento administrativo se complicaba no iba a ser posible que llegaran a tiempo. Se nos han dado muchas razones y excusas para ello. Todas muy políticamente correctas pero sin ningún sentido a día de hoy.

En primer lugar, si la votación no se produce hasta el día 25 no puedo entender porque el consulado no puede estar abierto hasta ese día y permitir el voto hasta última hora de la tarde. Imagino las respuestas. Pero no las acepto. Es un problema político y cómo tal se debe dar una respuesta política, no meramente administrativa. Es una cuestión de respetar los derechos de los ciudadanos y de reconocer que también somos españoles más allá de discursos bonitos y grandilocuentes.

En segundo lugar, desde la primera votación que tuvo lugar con el voto rogado se empezaron a registrar los problemas y las tasas de participación se han mantenido en todas las convocatorias electorales. En las últimas elecciones gallegas y vascas sólo el 11% y el 7%, respectivamente, de los ciudadanos españoles en el extranjero solicitaron el voto. Imagino que no todos votaron y que muchos no pudieron votar ya que no recibieron las papeletas a tiempo así que es probable que la participación final ronde el porcentaje habitual cercano al 4-5%.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que el procedimiento actual requiere o enviar el voto al consulado o ir directamente al consulado y votar ahí. En ambos casos, la situación no es fácil. A menudo el consulado no está cerca y añadir otro envío postal es incrementar el retraso y el error. Y, por otro lado, si el consulado está cerca es posible que los horarios no permitan el voto como ya he comentado previamente.

Muchos claman por la derogación de las modificaciones electorales y volver a la situación anterior. Sin embargo, eso no es razonable. El proceso anterior era ya poco eficiente. Y los plazos de tiempo eran lamentables.

La solución pasa por propuestas nuevas. En sentido acabo de leer que hace poco el Consejo General de la Ciudanía Española en el Exterior entregó una propuesta a los grupos parlamentarios popular, socialista e izquierda plural. Los principales puntos de dicha propuesta son los siguientes:

1) Que debe eliminarse en su totalidad el sistema de voto rogado y volver al sistema antes vigente de envío de oficio de la documentación y papeletas para votar a todos los electores, con las modificaciones pertinentes necesarias para añadir seguridad y transparencia al sistema.

2) Que se establezca un sistema bien delimitado de voto en urna, con mesas electorales establecidas en los consulados cuya población española lo justifique

3) Que el Parlamento Español ponga en marcha el proceso que al final acabe con representación parlamentaria directa para los españoles en el exterior tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado.

4) Que se ponga en marcha lo antes posible y se amplíe después el sistema de voto electrónico en Internet.

5) Que se restablezca el derecho a votar en las elecciones municipales para quienes tienen una clara vinculación con su municipio (propiedades, inversiones, estancias vacacionales, etc.

Todos los puntos son razonables. Pero quiero poner un especial énfasis en el punto 3 y 4. Representación directa de los españoles en el exterior en Congreso y Senado y voto electrónico que suprima, para quien lo quiera, todos los trámites postales actuales. Toda reforma que no incida especialmente en esos dos puntos será meramente una reforma cosmética. Los puntos 1, 2 y 5 son importantes y necesarios. Pero no modifican la relación del ciudadano español con las instituciones parlamentarias. Por otro lado, si se lleva a cabo la propuesta de una representación directa (como ya existe en Francia por ejemplo) de los españoles y se permite el voto electrónico entonces la reforma entrará en una nueva dimensión. No olvidemos que hay más de un millón y medio de ciudadanos españoles en el exterior lo cual nos convierte en la cuarta provincia y con los números actuales nos debería garantizar unos 10 diputados. Obviamente, eso es sólo una proyección basada en los números del censo. Pero sería un paso muy importante. Finalmente, el voto electrónico no es ya un lujo, es una necesidad. Y abre las puertas a una nueva relación entre el ciudadano y el Parlamento. No podemos seguir manteniendo la misma relación que en el siglo XIX. Algo debe cambiar si queremos que nuestra democracia sea algo más perfecta.

Mucho se podría hablar respecto al concepto de representación en el siglo XXI. No es el momento ahora. Pero es un debate que debería abrirse. No olvidemos que el concepto de representación nace por la imposibilidad física de los ciudadanos de asistir y participar en un Congreso. Esa dificultad física se ha reducido considerablemente. Y ello debería permitir, cuanto menos, una reflexión profunda sobre el funcionamiento de la democracia en las sociedades actuales. No soy ingenuo. Los mecanismos de respuestas a estas propuestas poseen una inercia tremenda y no espero milagros. Pero debemos empezar ese camino. No se trata ya de una democracia mal llamada 2.0. No nos podemos quedar con retuitear las ocurrencias de los políticos, o de sus equipos, y en tener una cuenta de Facebook del partido de turno. Eso no es más que marketing electrónico. Una herramienta sofisticada que permite tener un cartel electoral colgado y actualizado durante siete días a la semana y 24 horas al día. La mayor parte de las veces esos sistemas sólo funcionan de arriba hacia abajo y, aunque se recibe información desde abajo, no parece que se transmita de forma eficaz.

No podemos reformar la democracia y los sistemas de participación y representación tomando como modelo las asambleas del movimiento del 15M. Eso no lleva a ningún lado. Es el hablar por hablar y el discutir por discutir . Pero sí es necesario redefinir la relación representante-representado en este nuevo contexto.

Eso por ello que los puntos 4 y 5 son especialmente importantes y pueden servir como punta de lanza para abrir un debate en la sociedad española. No todos querrán ese debate, no todos participarán. Pero no por ellos podemos quedarnos parados.

Escribo desde la frustración y la rabia de ver como, otra vez, no voy a poder participar en un proceso electoral. No es la primera vez. Espero que sea la última. No escribo desde la indignación y desde la pataleta quema contenedores. Nada más lejos de mi intención. De eso ya tenemos bastante. No puedo secundar lo de “no, nos representan”. Sí lo hacen. Y por eso mismo debemos pedirles más y mejor. El nivel de exigencia deber ser máximo. Pensemos por un momento que para obtener una plaza de profesor universitario se exigen licenciaturas, doctorados, estancias post-doctorales en el extranjero, publicaciones, etc. Todo eso para terminar explicando unos conceptos técnicos en un aula universitaria. Sin embargo, para representar a los ciudadanos y para legislar y gobernar un país los criterios de selección son, a menudo, poco claros, por decirlo de una forma suave. Una democracia mucho más participativa y abierta no debería permitir que sus representados no sean conocidos, no sean eficaces y no respondan a los compromisos con sus ciudadanos, más allá de una absurda disciplina de partido. Pensemos en ello. No hacerlo es dar juego a los movimientos sociales que buscan desprestigiar nuestras instituciones.

Déjà vu

¿Ilusión o política? ¿Es posible una renovación real de la política?

Eran poco más de las nueve y media en Chicago ayer por la noche y decidí dejar de mirar la página web de la CNN. A esas horas, el candidato republicano Romney seguía liderando el voto popular y tenía una ligera ventaja en Virginia. Florida estaba en empate y en el resto de Estados clave la ventaja era para el Presidente Obama. Una ventaja escasa pero suficiente. Dejé el ordenador para seguir con la lectura de “La Regenta” pensando que iba a ser muy difícil para Romney cambiar esa tendencia. Antes de dormirme eché un vistazo a los comentarios en Facebook y Twitter. Muchos nervios y mucha pasión circulaba por la red a esas horas. Mucha inquietud más propia de una película de Almodóvar, en algunos momentos, que de una jornada electoral.

Esta mañana he comprobado que el proceso había terminado como era de esperar. Sinceramente ni me alegra ni me entristece el resultado. Más allá de las grandes frases, de las declaraciones sacadas de contexto, de las imágenes bonitas, de las promesas más propias de película épica queda la realidad, mucho más dura de lo que parece. Una realidad que todos construimos día a día con nuestros aciertos y errores y que es más reacia a los grandes vuelos que los candidatos electorales prometen simplemente porque refleja la naturaleza contradictoria y paradójica de la condición humana. Cada ciclo electoral, las maquinarias electorales de los partidos mueven nuestras emociones, nuestros miedos y nuestras ilusiones y nos dejamos llevar del mismo modo que hacemos buenos propósitos cada uno de enero. No quiero sonar fatalista ni lanzar un mensaje de todos son iguales. No es cierto. Hay propuestas mejores y peores. Pero el problema es que es realmente difícil averiguar cuales son las propuestas y además poder comprobar su alcance verdadero. O acaso alguien puede estar completamente seguro que la economía mejorará con Obama o que hubiera mejorado más o menos con Romney. Podemos especular sobre datos que conocemos parcialmente. Eso es todo. Y respecto a otras cuestiones también nos novemos por la proyección de nuestros miedos e ilusiones más que por hechos contrastados. Seguimos con un esquema que fue válido durante mucho tiempo, diría que hasta el final de la Guerra Fría. Pero dudo que eso sea válido ahora. Sin embargo, seguimos jugando con los mismos modelos de proyección de ideales usando un esquema viejo y caduco.

Hace cuatro años, el Presidente Zapatero nos contó a los españoles que la crisis apenas iba a llegar a España, que nuestro país estaba suficientemente preparado y que nuestro sistema bancario estaba a prueba de todo desastre. Ya sabemos lo que pasó. Pero en aquellas elecciones muchos españoles decidieron votar por la ilusión y por el candidato que prometía ilusión y paz. ¿Era cierto lo que decía? No. Pero eso no importó mucho. La gente siguió creyendo lo que quería creer. Ayer mucha gente votó a Obama por la ilusión de un futuro mejor y por el miedo y desprecio de un Romney caricaturizado como el empresario rico que humilla a los pobres. ¿Es esa la estricta realidad? No. Pero es la realidad que nos gusta creer o que al menos ha convencido a muchos millones de votantes. Con eso no estoy diciendo que Romney fuera mejor candidato. Al contrario. Sus cambios de opinión, sus respuestas demasiado simples, su sonrisa perfecta, sus contradicciones tampoco me inspiraban gran confianza. Pero en este caso la maquina de la ilusión funcionó mejor con el concepto del sueño americano que con el de una realidad más agreste. Suele pasar. También le funcionó a Zapatero. Déjà vu.

Si queremos romper ese ciclo aburrido y pervertido debemos hacer un esfuerzo. Cada uno a su nivel. Y la idea es simple. La democracia representativa es interesante pero es mucho mejor el concepto de democracia participativa. No votar cada cuatro años con los mejores deseos como quien se come las uvas en Nochevieja. No. Hace falta repensar nuestro sistema de gobierno y trabajar para conseguir fórmulas más adecuadas a la realidad de nuestro mundo. No es el momento aquí de plantear una reforma constitucional pero de entrada adelanto que pienso en un sistema de gobierno con parlamentos (congresos y senados, como se les quiera llamar) mucho más reducidos, a la mínima expresión, con comisiones técnicas altamente especializadas en las sólo se puede entrar con currículum brillante, no por tener una cara bonita o por comunicar bien y con un proceso abierto de gobierno en consulta permanente con el ciudadanos vía voto electrónico promoviendo referéndums ya sea desde el gobierno o por iniciativa popular. Eso, obviamente, reduce mucho el papel de los partidos políticos. Pero quizás sea hora ya de terminar con los productores de un cine edulcorado y empezar a pensar en política de verdad.