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Estado Vacante

Gobernar no es fácil. Sin embargo, todos somos Presidentes del Gobierno o de la República. Todos tenemos soluciones para todo y rápidamente emitimos una propuesta de una lógica brillante. Pero todos cometemos errores y, a duras penas, los reconocemos. O los tapamos. O, simplemente, mentimos para que no sepan. Pero luego, miramos a nuestros gobernantes y exigimos conductas ejemplares y les explicamos, en un par de «tweets» la solución correcta a los problemas del país.

Leo un interesante trabajo, escrito por Josep Valls. Una especie de diario de las conversaciones mantenidas con Josep Pla durante los últimos años de su vida. Dice Pla: «creer es más fácil que saber«. Creer es más fácil que saber. Cierto. Todos creemos en nuestras visiones del mundo, en nuestras soluciones universales o, pero aún, en las propuestas elaborada por otros que también creen saber. Una gran diferencia entre creer que uno sabe o que otros saben y saber de verdad. Sin embargo, el mundo sigue girando en la ignorancia y en una especie de fe laica respecto a casi todo. Saber es difícil. Saber cuesta. Pocos saben algo de verdad. Y, para nuestra desgracia, los que saben algo de verdad terminan por callarse abrumados por la ignorancia ajena.

Y así vamos. Votando gobiernos que no son capaces de administrar los presupuestos y votando a candidatos imputados, a cómicos, a mediocres cuya única profesión ha sido repetir frases simples y dogmas electorales. A candidatos guapos, a candidatos de origen humilde o con un color de piel distinto a la mayoría. Cualquier cosa es buena para crear una marca electoral, una supuesta diferencia que permita definirlo como más auténtico, más verdadero aunque esas palabras no signifiquen nada. Y luego nos sorprende la corrupción, la mentira y la estupidez. Pero no admitiremos nunca que lo hemos fomentado votando con nuestra fe más que con nuestra razón. No, no lo admitiremos. Somos seres racionales y libres y votamos en plena conciencia. Y nos lo creemos, nuevamente.

Creer es más fácil que saber. Hace falta mucho esfuerzo para saber. Y por eso no queremos saber. Confíamos en otros que parece que saben. Pero no saben.

Ahora, aquí en EEUU, parece que habrá que recortar el presupuesto a lo bruto ya que no se ha alcanzado ningún acuerdo. Algo que sabíamos desde hace meses. Pero esa gente, que sabe mucho, que se saca fotos con niños durante las campañas electorales y que nos dijeron que iban a crear más puestos de trabajo, hoy, tendrán que ver como algunos de los padres de esos niños fotogénicos se quedará sin trabajo. ¿ Lo sabían cuando se sacaron la foto? ¿Lo sabían los votantes? Probablemente, sí. Pero decidieron, decidimos, creer que eso no iba a pasar.

Ayer un hombre que cree, un hombre sabio también, decidió que era el momento de ceder la iniciativa. ¿Fue un acto de fe o un acto de sabiduría? Me inclino por lo segundo. Hay un momento para saber ceder. Pero eso sólo lo sabe la gente que ha querido saber, que ha ejercitado esa vieja capacidad del hombre para pensar e intentar comprender.

Por un momento, sueño con un avión en el que se suben presidentes, ministros, gobiernos, congresistas y diputados. Pero también con otro avión en el que suben los votantes que se han dado cuenta de sus errores. Es sólo un sueño. No cabríamos todos en esos aviones.

Pero podríamos dejar el Estado vacante, por un tiempo. Para pensar, para intentar saber. Para romper con los dogmas de fe que atenazan nuestro pensamiento político. Y pensar para saber, por una vez, y dejar de creer en sueños con banderas y pancartas. El Estado no se administra con fe. La fe es otra cosa. Y eso también hay que pensarlo.